miércoles, 21 de mayo de 2008

Sin lágrimas.

Volví a sentir dolor. Fue como si una mano de hierro estuviera atenazándome la garganta y empujando mi pecho, hasta dejarme sin aire.

Mientras viajaba de regreso a casa, el dolor no disminuyó sino más bien fue como si se agudizara en mi interior.

Llegué a una casa vacía y me senté en el sillón. Contemplé mis manos vacías, esas que soñaron on tu piel, pero estaban frías y sin recuerdos porque nunca llegaron a tocar las tuyas.

Y entonces fue donde me di cuenta que realmente me duele la nada, las palabras huecas y vacías, las mentiras y el juego que te seguí...

Me duele la nada.

Y ninguna lágrima vino a mi encuentro, ni una tan sola rodó por mi mejilla. Simplemente no pude llorar. Por primera vez sentí dolor y no pude desahogarme llorando.

Quizá fue porque ya mi corazón tomó conciencia que no se puede llorar por la nada.

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