Tarde de domingo bochornosa, marzo está haciendo de las suyas y sólo se antoja estar en medio de la montaña, sintiendo la frescura que se ha evaporado acá.
Me acuesto tratando de conciliar el sueño (talvés así escapo por un momento del calor), más no puedo. Tomo la revista que recién compré, pero no logro concentrarme en que los-animales-piensan-al-igual-que-usted.
Más no es el calor lo que me distrae de la lectura. No. Es una sonrisa traviesa, esa que se me dibuja, que me distrae cada vez que pienso en ese imposible.
He descubierto que pensar en eso se me ha hecho más común de lo que quisiera y cada vez que lo hago la sonrisa me delata y me condena.
Pero a pesar de lo mucho que me alegra pensar en esto, sé que es imposible llegar a verlo cumplido. Imposible, simplemente imposible.
Imaginar sendas desconocidas, lugares exóticos, mundos de ilusión es fácil. Sólo cierro mis ojos y ya estoy en ellos, pero la realidad es que no existen, al abrirlos estos desaparecen por completo.
Mencionar quedamente la palabra que detona la sonrisa, no la hace materializarce, sólo se queda suspendida ahí, en el aire, mientras lentamente se va desvaneciendo entre destellos iridiscentes.
Permitirme soñar más allá de las letras de esa palabra puede hacerme daño, por eso trato de controlar el aparecimiento de la sonrisa. Pero hay veces que se escapa, como si tuviese vida propia...
Objetivamente sé que sólo es una consecuencia de mi propia imaginación, que al final y al cabo es ahí donde vive y muere todo.
Silenciosamente voy aceptando la realidad de mis pensamientos y voy olvidando la parte que corresponde sólo al reino de la ilusión...
Ilusiones van y vienen, tengo que recordar son tan sólo eso: ilusiones y que al final terminan por desvanecerse entre mis manos.
Balancearme entre esa delgada línea, la que separa la realidad de la viva imaginación, es lo que debo hacer bien: sabiendo que no puedo cruzar el límite nunca, sino que debo contemplar las ilusiones desde el lado de la realidad.
Lección que aprendí desde siempre, a veces se me olvida o, mejor dicho, la hago a un lado. Pero es ahí donde mi cerebro debe terminar ganando la batalla contra mi corazón.
¡Ese corazón que sólo quisiera vivir de ilusión!
I M P O S I B L E ... esa es la nueva palabra que tendrá que aprender mi corazón, aunque calle y no pronuncie palabra!